Cómo consigo la gloria eterna
Desechar tus vellos dorados,
no importa su rastro en las grietas
de las nubes,
se cubrirán de abono y tristes nombres,
triste mirada
y horizontes nublados.
Sólo basta escudriñar el cielo,
jalar la hebra y destejerlo,
dudar de su urdimbre
y después zurcirlo a medida en mil cuerpos más,
derrotar al demonio Tiempo.
Después olvidaré que no te tengo,
conseguiré la gloria eterna
—un impostor de recuerdos—,
y será mi lugar la huida,
mi tiempo el del vaho y el frío,
instantáneo en la brevedad del suspiro,
pero constante
y negándote,
siempre negándote.
Nuestra casa
Y el miedo que hubo electrizaba la escalera. Siete o nueve peldaños hacia el terremoto y la continuidad que debo darle al tiempo, que sino, debiera causar un cataclismo ensordecedor en la ordinaria. Sin embargo, a qué otra cosa podría atenerme, es un vicio seguir al yo de mis anhelos. Una escalera representando todo lo que no son mis miedos, —la quimera de la ordinaria— tan absurda me parece que no justifica ninguna idea que me prohíba permanecer aquí arriba, esta azotea que tiñe todo a mí parecer, veredas de sabores, cortinas de hechizos como bancos de aire con olor a esencias de cocina de todas las tradiciones; nunca nada se desperdicia. Falta de enjarrarse todo el segundo piso, una comunión solidaria para nuevas discrepancias: que si la música, que si se callan, que si ponemos puertas, que si mejor nunca debimos habernos conocido; aquí la felicidad no quiere permanecer más tiempo con nosotros, aquí me obliga a extrañarte con palabras que salten las lágrimas pero que nunca suenen tan reales como para que puedan interesarme. Es una azotea bella y el inicio que no concluye. Es tan parecida a mi que no valdría la pena tomarme una fotografía aquí sentado, nos parecemos tanto que mejor nos callamos y procedemos a fumar cuantos cigarros consuman nuestras responsabilidades. Hace falta que nos enjarren, que nos pongan piso, no importa que sea simple azulejo, nos faltan ventanas, limar nuestros colores grisáceos y ponernos una armadura decente que ya no ofenda la luz del Sol. Nos hace falta una gran pendiente, para que nadie suba, para que nadie reconozca nuestra escalera alterna.
Inacabado
Te propongo esperes,
si te es posible,
un poco más.
Seguro se va
y seguro también
imposible nace
otra oportunidad.
Me di cuenta,
puedo jugar con todo,
puedo sin diablo,
sin zapatos,
a nado,
diluido, errabundo,
difunto, cantando
a rastras en el trago
acíbar profundo
y lejano de anhelos
de vacío.
Sólo un poco de vacío.
¡Detente por mí vida!
detente
para pensar en ella
sin que mude de aires.
¡Detente!
Todavía no quiero olvidarla.
Desechar tus vellos dorados,
no importa su rastro en las grietas
de las nubes,
se cubrirán de abono y tristes nombres,
triste mirada
y horizontes nublados.
Sólo basta escudriñar el cielo,
jalar la hebra y destejerlo,
dudar de su urdimbre
y después zurcirlo a medida en mil cuerpos más,
derrotar al demonio Tiempo.
Después olvidaré que no te tengo,
conseguiré la gloria eterna
—un impostor de recuerdos—,
y será mi lugar la huida,
mi tiempo el del vaho y el frío,
instantáneo en la brevedad del suspiro,
pero constante
y negándote,
siempre negándote.
Nuestra casa
Y el miedo que hubo electrizaba la escalera. Siete o nueve peldaños hacia el terremoto y la continuidad que debo darle al tiempo, que sino, debiera causar un cataclismo ensordecedor en la ordinaria. Sin embargo, a qué otra cosa podría atenerme, es un vicio seguir al yo de mis anhelos. Una escalera representando todo lo que no son mis miedos, —la quimera de la ordinaria— tan absurda me parece que no justifica ninguna idea que me prohíba permanecer aquí arriba, esta azotea que tiñe todo a mí parecer, veredas de sabores, cortinas de hechizos como bancos de aire con olor a esencias de cocina de todas las tradiciones; nunca nada se desperdicia. Falta de enjarrarse todo el segundo piso, una comunión solidaria para nuevas discrepancias: que si la música, que si se callan, que si ponemos puertas, que si mejor nunca debimos habernos conocido; aquí la felicidad no quiere permanecer más tiempo con nosotros, aquí me obliga a extrañarte con palabras que salten las lágrimas pero que nunca suenen tan reales como para que puedan interesarme. Es una azotea bella y el inicio que no concluye. Es tan parecida a mi que no valdría la pena tomarme una fotografía aquí sentado, nos parecemos tanto que mejor nos callamos y procedemos a fumar cuantos cigarros consuman nuestras responsabilidades. Hace falta que nos enjarren, que nos pongan piso, no importa que sea simple azulejo, nos faltan ventanas, limar nuestros colores grisáceos y ponernos una armadura decente que ya no ofenda la luz del Sol. Nos hace falta una gran pendiente, para que nadie suba, para que nadie reconozca nuestra escalera alterna.
Inacabado
Te propongo esperes,
si te es posible,
un poco más.
Seguro se va
y seguro también
imposible nace
otra oportunidad.
Me di cuenta,
puedo jugar con todo,
puedo sin diablo,
sin zapatos,
a nado,
diluido, errabundo,
difunto, cantando
a rastras en el trago
acíbar profundo
y lejano de anhelos
de vacío.
Sólo un poco de vacío.
¡Detente por mí vida!
detente
para pensar en ella
sin que mude de aires.
¡Detente!
Todavía no quiero olvidarla.
Eufonía de llamas
Ya me redimo,
a la llama eximida,
del ruido y la savia
en la comida
—mastico,
tu espíritu,
y lo trago—,
dos veces,
más veces,
tantas veces,
me río mientras devuelvo
el término medio de escalofrío,
de ese que quema y redime,
que purifica mi nombre,
sin apellidos;
el fuego siempre busca nuevos culpables,
y ya humo
somos tan dóciles,
el cariz de la culpa,
el silencio del alma
que dolida escapa
a donde no se le mida.
Caída libre y ojos cerrados
Me atraen las luces,
y corre toda una vida bajo mi piel.
Podría retroceder el tiempo
con poca ayuda
y siempre y cuando: esté solo.
Olvidé el sonido del miedo
y sordo,
siempre quise algo más grande que yo.
Me aletargo al descenso
espina tras espina
hasta caer en una cama de pétalos,
reflejo de mis cuencas vacías.
Regresa
Te ofrezco pasos de olvido
y una pista de azufre
donde baila el demonio, Inmensa piel de toronja.
Aserrando el púdico puño erguido
de la tirana ponzoña
y su arista fúnebre.
Supón pesadilla,
los músculos del lívido golpeándote
para darte vida,
un orgasmo líquido y constante
inundando tus lagrimales
agotados del elixir del dolor.
Te ofrezco la más negra de las misas
y manceba discreción.
Te ofrezco que vuelvas
a destrozarme por confusión.
Debilidad
Es debilidad
y mis piernas líquidas,
las gotea mi cuerpo
que se derrite y vacío,
tan agrio por dentro, tanto.
Caen y caen mis piernas,
y tengo miles
para darte la espalda,
y mudas, derribadas,
me imploran verte
otra vez,
de frente.
Ahora soy tan débil
y tan tuyo,
tan cera y tan fuego
tan pregunta,
tan pasado,
tan miedo,
y tan tuyo.
Si tan sólo supieras
qué tan tuyo soy,
y si tan sólo fueras tan débil
y tanto.
Si fueras,
te daría pena,
y serías tan líquida,
y tan fuego y tan cera
y sin boca,
un grito sofocado.
Y tendrías mil piernas,
que serían de respaldo,
y yo las besaría todas,
y les daría su valor
a cada cual,
aunque mintieras
y sólo fuera
debilidad.
Primo primis
Como infantil ardid
te nombro a deshoras
en una simonía parecida al ruego,
justo después de dirimir cuanto
te había desbrozado
rozagante como a un ripio ballet anegado
en mi cama
—mi propio sainete—,
ristra de lejías impertinentes,
infición de remedos
que más tarde emolumento
para un umbrío sedante
de algodón mohíno
donde al encontrarme
cerril, se vuelve
un momento,
fatal e inevitable.
Vagas
He estado tan amargado éstos días,
y devastado mi diván
que se deprimen mis manos,
que están tristes,
que están solas.
Toman aire,
respiran,
beben áspero mundo,
huelen turbulento desayuno.
Tan torpes a paso vertical,
acelerando constantes,
al nada,
al dios.
Vagas uniformadas,
vagas con uñas,
vagas en tu espalda,
en tu sexo,
vagas por dentro.
¿Ahí no hay ángeles? —preguntan—,
y me describen tus ojos,
su color,
y te susurran: bella,
no interrumpas…,
que sigan su paso.
Te vi al despoblado
Hace siempre
que los vientos lo acomodan todo,
lo dispersan cuando noche,
cuando nadie atiende,
hurtando la memoria,
y ya después
el hombre pierde cordura,
y de todo lo que llegó a ser,
sólo es un lazo desatado
interminable.
Después, suspira
y sin conocerte,
figura que te olvida,
y tu tan vuelta,
tan nueva y joven
te escondes,
te alejas,
sólo nosotros
―unos cuantos—
sabemos hacerte el amor.
Hace ya tiempo que dejé
de ser hombre.
Desmaterializado
A donde te vayas, donde busques, donde mientas, donde te encuentres y te derritas, allá donde no haya más de nadie, donde corrompas el viento a tus anchas, donde te guardes tus rezos, donde pidas por mí, donde guardes tus lágrimas, allá olvídame y vuélveme otro. Reconstrúyeme pieza por pieza, órgano y piel, y cabello y palabras, labios y destinos. Porque seguramente me reconstruirás muy cerca, pero no estaré ahí, no estaré presente en ningún lado, aunque me busques en toda tu casa. Mis huesos, mi esencia, mi voz ya no estarán ahí, no seré más que una ilusión, en verdad no estaré ahí contigo. Sé fuerte y hazme como hubieses querido siempre. Como reclamaban tus ideas y tus reproches. Hazme un dechado de virtudes que te abrace de noche, que te humedezca toda y te arrulle. Porque no estaré ahí, ni por error ni siendo milagro. Sólo seré quien tú quieras que sea.

No hay comentarios:
Publicar un comentario